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¿Una vuelta a Gidget 30 años después?.

A partir de mediados de los ochenta el surf entró de nuevo en una encrucijada, tal y como había ocurrido 15 años antes. Por un lado, y empujado por la recuperación económica, pasó a ser una actividad cada vez más popular, que experimentaba un espectacular crecimiento impulsada por una industria cada vez más importante. Por otro se seguía manteniendo la opinión, casi romántica, de que la práctica del surf debía estar alejada de todo interés económico.

Pero como en otras ocasiones, la economía venció al “espíritu”. En 1986 se superó por primera vez el número de 100.000 tablas vendidas en un año en los Estados Unidos. Ese mismo año Quiksilver se convirtió en la primera empresa del sector en cotizar en la bolsa de Nueva York. Los campeonatos de surf se extendieron por todo el mundo. En el circuito mundial el importe en premios pasó de los 500.000 dólares de 1984, a 2,1 millones de dólares en 1990. El dos veces campeón del mundo Tom Carroll firmó con Quiksilver el primer contrato de más de un millón de dólares. El surf pasó a ser portada, y a ocupar páginas, en medios generalistas  como Rolling Stone, Time o The Wall Street Journal.

Revuelta en Huntington Beach en el OP Pro no 1986

Para alimentar todo esto, los organizadores de los campeonatos se lanzaron a la búsqueda del espectáculo: a los eventos les acompañaron grandes montajes, cámaras de televisión y multitudes siguiendo las mangas desde la playa. Esta carrera a ninguna parte llevó a que la elección de dónde tendrían lugar esos eventos no se tomase en función de la calidad de las olas, sino de la posibilidad de atraer a el mayor número de espectadores posible, aunque ello significase olas malas. Las consecuencias de todo esto no tardaron en dejarse notar: muchos competidores declinaron a participar en algunos eventos que casi rozaban lo cómico (en el Wave Wizzard Challange de 1984, los organizadores llegaron a alquilar un fueraborda con la idea de que los surfistas surfeasen la estela del barco). Las revueltas en el OP Pro de 1986 fueron la gota que colmó el vaso: representaban una señal clara de cómo el surf “oficial” se había alejado completamente de muchos de sus principios básicos.

Muchos identificaron en este crecimiento exponencial, y en esta deriva, una vuelta a los tiempos de “Gidget”. Parecía que la historia se volvía a repetir. Si en los sesenta “Gidget” superó el ámbito cinematográfico para marcar tendencia, en los 90 este lugar lo ocuparon la serie “Los vigilantes de la playa” y la película “Le llamaban Bodhi” (“Point Break” en su título en inglés). Ambas producciones repetían muchos de los estereotipos lanzados sobre el surf por la industria de Hollywood treinta años antes. “Point Break” estaba protagonizada por Patrick Swayze, en el papel de un surfista llamado Bodhi caracterizado por su personalidad casi mística, llena de frases hechas que parecían querer aleccionar al espectador sobre una “nueva filosofía de vida”. En el caso de “Los vigilantes de la playa”, la serie pronto se convirtió en el programa de televisión más popular del mundo, y en una ventana que llevaba el “estilo de vida” de California a todos los lugares de la Tierra. El papel, durante 10 capítulos, de Kelly Slater como el surfista de Malibu “Jimmy Slade”, resultaba ser una versión actualizada del personaje de Moongoggie de Gidget. La “invasión” de la playa impulsada por la serie tuvo lugar en todo el mundo y fue similar a la vivida en California en los 60. El surf se convirtió de nuevo en una moda, en parte de la cultura popular. La imagen del surf pasó a ser comercializada y explotada por muchas empresas que nada tenían que ver con el deporte.

Kelly Slater en la serie «Los vigilantes de la playa»

Curiosamente esta mayor “popularidad” significó un freno en la creatividad de las dos décadas anteriores, y en los noventa el surf profesional y de competición se impuso en el diseño de las tablas, dominando el mercado tablas de medidas muy pequeñas y de cantos muy finos, totalmente inapropiadas para un surfista normal de nivel medio.

En respuesta a la tendencia generalizada, en la primera década del siglo XXI surgió un movimiento paralelo, denominado “retro-movement”, que recuperó los diseños de tablas de décadas anteriores adaptándolos a los nuevos tiempos. El principio principal de esta corriente era que la tabla con la que se surfea ha de adaptarse a las condiciones de cada momento, teniendo cabida en ello longboards, mid-lenghts, quads, twin-fins, tablas sin quillas, bodysurfing, … A su vez se establecían lazos muy fuertes entre el surf y el arte a través de la pintura, la fotografía, o el cine. Joel Tudor posiblemente sea el surfista más representativo de esta corriente, en la que destacan otros como Tyler Warren, Kassia Meador, Belinda Baggs, Jarred Mell, Alex Knost, Erin Ashley, Justin Quintal, Ryan Burch, Harrison Roach, CJ Nelson, …

 

La industria siguió creciendo, año a año. En 2005, Quiksilver era un gigante a escala mundial en el mundo del textil, con ventas de más de 2 billones de dólares anuales. Pero la fiesta no duró hasta el infinito, y con la llegada de la crisis de 2007, la burbuja del surf, al menos en cuando a volumen de ventas, se desinfló. Ello se tradujo en cuantiosas pérdidas, despidos y recortes en los presupuestos que las grandes marcas habían destinado hasta entonces al patrocinio de eventos y surfistas. La muerte del 3 veces campeón del mundo Andy Irons en noviembre de 2010, y las circunstancias en las que ésta se produjo, sólo en un hotel en Dallas, supusieron una gran bofetada para el mundo del surf: se trataba de la trágica “evidencia” de un modelo fallido.

  1987  /  Historia  /  Última actualización: noviembre 5, 2017 por Océano Surf Museo  / 

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