En 1970, Pat O’Neill, hijo de Jack O’Neill, inspirado en un knee-boarder de la playa de Santa Cruz, unió su muñeca a su tabla a través de un par de metros de tubo elástico de tipo quirúrgico y una ventosa. De esta manera conseguía, al caerse, no perder su tabla y evitar tener que nadar hasta la orilla a por ella. En 1971 el “leash” (que en España llamamos “invento”) ya unía la cola de la tabla con el tobillo del surfista.
Una versión temprana del invento fue ideada a mediados de 1930 por Tom Blake, quien con una cuerda de 3 metros de longitud y un cinturón de algodón, ató su tabla de remada a su cintura. Sin embargo aquella idea le pareció demasiado peligrosa, y la abandonó. Antes de la idea de O’Neill, en 1958, el francés Georges Hennebutte desarrolló lo que en francés llamó “chevillére” (tobillera), y que a los pocos días pasó a llamarse “fil à la patte” (cuerda a la pierna).
Inicialmente el “invento” no fue aceptado por los surfistas más puristas que querían que el surf siguiese siendo fiel a sus orígenes, con las mínimas interferencias. Los detractores consideraban que el “invento” hacía más accesible el surf, lo que era cierto, y que esa mayor accesibilidad permitiría a un gran número de surfistas, independientemente de su nivel, surfear en lugares que hasta entonces estaban reservados sólo a los más hábiles. El invento suponía también la desaparición del “tiempo de natación”, que hasta entonces era una parte importante de lo que suponía surfear. Pero la posibilidad de no perder la tabla, y evitar el tener que nadar tras ella, era demasiado atractiva para no triunfar. En 1975 el invento se impuso a los perjuicios, y su incorporación al surf, junto con la popularización de los traje isotérmico, dio paso a una nueva etapa de progreso y experimentación. Su aparición convirtió a las décadas de los 70 y 80 del siglo XX en las más innovadoras en la historia del arte de cabalgar las olas.