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Surf y medioambiente

Sólo por el hecho de deslizarnos sobre las olas, somos unos de los principales responsables de la ecología y el futuro del planeta”.- Bill Hamilton. 1971.

 

Pocas actividades deportivas tienen una relación tan estrecha como la que tiene el surf con la naturaleza. Tal vez el montañismo. Sabiendo de este importante valor, la industria del surf ha tomado como una de sus máximas el vender esa imagen de deporte unido a la naturaleza. Sin embargo el impacto medioambiental de la industria del surf se aleja bastante de ser sostenible, y salvo excepciones, que afortunadamente cada vez son mayores, las grandes empresas poco se preocupan por el medioambiente más allá de pequeño gestos y grandes campañas de publicidad. La realidad es que la gran mayoría de los objetos que se emplean para la práctica del surf están fabricados con materiales que son nocivos para el medioambiente.

Comencemos con las tablas. En su mayoría se fabrican con espumas y resinas sintéticas, los mismos materiales que se empleaban hace 70 años. Mientras que las formas de las tablas sí han evolucionado, éstas no lo han hecho en la misma medida en cuanto a durabilidad e impacto ambiental. Se estima que al año se fabrican unas 400.000 tablas en todo el mundo. Diversos estudios han determinado que la huella de carbono de una tabla a lo largo de su vida, incluyendo las fases de fabricación, reparaciones y su posterior deshecho, representan unos 300 kg de CO2. Y esto sin tener en cuenta el impacto que las espumas y las resinas tienen en el agua o el aire.

El neopreno, usado mayoritariamente en los trajes, es un material que procede de la industria petroquímica, y que contiene, entre otros productos PVC, unos de los plásticos más nocivos para el medio ambiente. Como el neopreno, la parafina también proviene de la industria petroquímica y contiene ácidos sintéticos y no sintéticos que dañan a los organismos marinos. Incluso las cremas solares, que empleamos para protegernos del sol, contienen productos químicos que se han relacionado con el blanqueamiento de los colares, y con la aparición de alergias y daños celulares en algas y otros organismos. Incluso se emplean químicos que se han llegado a relacionar con la aparición de procesos cancerígenos.

Estos datos colocan a la industria del surf al nivel de industrias como la telefonía móvil, o la informática, en términos de emisión de CO2 y uso de petroquímicos. Irónicamente uno de los colectivos más directamente afectados por toda esta contaminación son los propios surfistas, a través de su contacto con el mar.

De hecho como surfistas nos encontramos expuestos, en mayor proporción que otros sectores de la población, a los efectos que la contaminación de las aguas pueden tener sobre nuestra salud, sobre todo en lugares en los que las rompientes se encuentran cerca de grandes núcleos de población o zonas industriales con deficientes sistemas de gestión y depuración de las aguas.

A pesar de ello, y al igual que en la sociedad en general, el surgimiento de una conciencia medioambiental entre los surfistas es relativamente reciente, y en pocas ocasiones, como colectivo, se ha estado en la vanguardia de la defensa de los océanos y el mar.

Se suele citar como uno de los hitos principales de la conciencia medioambiental entre los surfistas la publicación del libro “El mar que nos rodea” de Rachel Carson. Publicado originalmente en 1951, en “El mar que nos rodea” Carson nos propone un viaje fascinantes por todos los aspectos vinculados con el mar, desvelando a los lectores, de una manera sencilla, en ocasiones casi poética, las maravillas y la delicadeza que estos encierran. Con esta obra ganó el National Book Award en 1952, lo que no sólo lo convirtió en un best-seller, sino que ayudó a difundir el mensaje sobre la necesidad de cuidar y preservar los océanos.

No fue hasta 1961 cuando se fundó la primera organización ecologista creado por surfistas centrada en la protección del océano. Su nombre fue Save Our Surf, y tras ella se encontraba John Kelly, uno de los creadores de la tablas “hot curl”. Se reconoce que la labor de Save Our Surf permitió preservar más de 140 olas entre Pearl Harbor y Koko Head en las costas de Hawaii, amenazadas por distintos proyectos que hubiesen destruido amplias áreas de arrecifes y otros recursos vinculados con el océano. Para ello se organizaron múltiples manifestaciones, limpiezas de playas y se difundieron los riesgos y peligros que los proyectos que se querían desarrollar tendrían sobre el medio ambiente. Entre los proyectos que se lograron paralizar se encontró una carretera a lo largo de la costa entre Wai’alae y Hawai’i Kai, la ampliación de la playa de Waikiki y el desalojo de los habitantes de la isla de Mokauea. Su labor fue fundamental también en la aprobación de la primera legislación destinada a proteger las costas. Tal y como George Downing dijo de John Kelly, «hoy no podríamos imaginar cómo sería Hawaii sin su trabajo». «Fue como un dolor de cabeza, pero he de reconocer que fue el líder de la protección y preservación del mayor recurso natural que tenemos en Hawaii», dijo sobre él Bill Paty, presidente del Departamento de Estado de Tierra y Natural Recursos en las islas entre 1987 y 1992. «Kelly nos mantuvo en el camino correcto».

Veintitrés años más tarde, en 1984, Glenn Hening, Tom Pratte, y Lance Carson, crearon Surfrider Foundation en San Clemente, California. Pronto abrirían delegaciones, o antenas locales, tal y como las nombran, por todo el mundo. Inicialmente Surfrider nació con el objetivo de convertirse en una especie de Cousteau Society para surfistas, que incluyese escuelas de surf, una productora de películas y un departamento de diseño para la construcción de arrecifes artificiales. Pero las realidades presupuestarias y los problemas ambientales con los que se encontraron al poco tiempo de su fundación  convirtieron a Surfrider en un grupo ecologista cuya línea de acción se ha basado en el activismo y la educación.

En 1986 Surfrider logró parar un proyecto que pretendía construir un rompeolas de una milla de largo en la playa de San Diego. En 1991 otra victoria legal puso freno a los vertidos de un área industrial con dos plantas papeleras en el condado de Humbolt, en California. Desde entonces Surfrider se ha extendido por todo el mundo y desarrollado programas como sus limpiezas de playa de primavera, las banderas negras, o los guardianes de la costa, dando paso a otras organizaciones como Surfers Against Savage en Reino Unido, Save The Waves o Time for Waves.

 

A pesar de la aparición de estos colectivos, y de su labor, en los últimos años se ha vivido la desaparición o alteración de algunas de las mejores rompientes del mundo por acción del hombre. De entre todos los casos, tal vez el más triste haya sido el de Jardim do Mar, en la isla de Madeira, consideraba como una de las mejores derechas del mundo, y que desapareció en los años 90 por la construcción de un paseo marítimo. Resulta complicado aceptar que una creación extraordinaria de la naturaleza puede desaparecer por una construcción que ha traído escasos beneficios a los habitantes de la isla. Otros casos, como la alteración de la ola de Mundaka, sirvieron para abrir el debate sobre el valor de las olas como bien económico y social. Esta reflexión ha llevado a que algunas rompientes, las primeras, dispongan de una protección legal que reconoce su valor.

Uno de los temas en los que más se está trabajando en los últimos años, por parte de las distintas organizaciones ambientales, es en la proliferación de plástico en el mar. Se cree que 15 millones de toneladas de plástico se vierten a los océanos cada año. De esa cantidad, 270.000 toneladas acaban flotando en el mar, en forma de 5 billones de trozos de plástico (el resto, el 98%, es decir la inmensa mayoría, acaba depositándose en el fondo). Esos billones de trozos, debido a la acción del sol, el oleaje, …, se están convirtiendo en otros trozos cada vez más pequeños, tan diminutos que acaban incorporándose a nuestra cadena alimentaria a través de la pesca, con unos efectos, en forma de enfermedades, cuyo alcance se desconoce hoy en día.

 

Aunque sea de modo minoritario, han comenzado a surgir dentro de la industria propuestas que apuntan hacia un cambio del modelo de producción en los próximos años. Patagonia ha desarrollado los primeros trajes construidos en base a un caucho natural, el yulex, que puede suponer el fin del neopreno en la fabricación de los trajes de surf, y que reduce en un 70% las misiones de CO2 en el proceso de fabricación del polímero en comparación con el neopreno convencional. Las primeras parafinas orgánicas ya se comercializan. Existe cada vez una conciencia mayor en no emplear cremas solares que contengan parabenos y nanopartículas de plástico.

Organizaciones como Sustainable Surf han creado sellos de calidad que tienen en cuenta los niveles de emisiones de CO2 en los procesos de fabricación de las tablas, creando el sello Ecoboard que reconoce la aplicación de principios que tienen en cuenta no sólo los procesos de fabricación, sino también el consumo energético asociado o la gestión de los residuos generados, buscando la reducción de la huella de carbono en los procesos de fabricación, además del reaprovechamiento de materiales y la reducción de la toxicidad de los elementos intervinientes en los procesos de producción. Esto ha llevado a que se produzcan las primeras tablas que no emplean fibra de vidrio y resinas tóxicas, utilizando materiales como la madera de paulownia, el bambú, corcho y resinas naturales, en una evolución que muchos han visto como una vuelta a las raíces del surf, cuando las tablas se fabricaban de madera y los surfistas vivían en perfecta armonía con la naturaleza. La empresa española Flama ha sido la primera en lograr dicha certificación a nivel europeo.

  1986  /  Historia  /  Última actualización: noviembre 5, 2017 por Océano Surf Museo  / 

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